Un viaje a Marte creado por Maite


UN VIAJE A MARTE 

Un día nos ganamos un sorteo y tenemos boletos para viajar a Marte.
Durante el viaje comenzamos a conversar:

-tu crees qué sea buena idea- dijo Maite 
-claro que si- dijo Fran  
La cápsula vibró suavemente mientras despegábamos de la órbita terrestre. Mi mejor amiga, francisca, y yo, no podíamos dejar de mirarnos con una mezcla de nervios y emoción. Después de años soñando con esto, finalmente íbamos camino a Marte.

—¿Te das cuenta de lo que estamos haciendo? —dijo Maite, con una sonrisa que apenas cabía dentro de su casco.

—¿Ir a Marte? Claro que sí. ¿Dormí tres noches seguidas con el traje puesto para esto? —respondió riendo.

El viaje duró siete meses. Entre entrenamientos físicos, simulaciones y las sesiones de cultivo de plantas en la estación intermedia, tuvimos tiempo para todo: desde maratones de películas hasta discusiones existenciales.

—¿Crees que haya vida allá? —me preguntó una noche, mientras flotábamos mirando por la escotilla.

—Si la hay, ojalá no sean como los de las pelis viejas... nada de tentáculos ni rayos desintegradores, por favor.

Al llegar a Marte, el aterrizaje fue suave, aunque nuestros corazones iban a mil. El polvo rojo se levantó por las ventanillas y la cápsula se asentó con un leve golpe. A través del vidrio, el paisaje era impresionante: un horizonte rojizo, montañas lejanas y un cielo que parecía siempre atardecer.

—¿Lista para hacer historia? —le pregunté mientras ajustábamos los trajes.

—Nací lista. Pero primero… selfie marciana —dijo, sacando su cámara.

Pusimos un pie fuera de la nave y una sensación de inmensidad nos envolvió. Todo estaba en silencio, solo roto por nuestras respiraciones en los intercomunicadores.

—Es… más hermoso de lo que imaginaba —susurró Lucía.

—Y más silencioso que una biblioteca abandonada.

Nuestra misión era simple: explorar un pequeño cráter cercano llamado Ares-9, recolectar muestras y probar una base de hábitat inflable. Caminamos durante horas, recogiendo rocas, tomando fotos, y documentando todo.

—Oye, ¿esa formación rocosa no parece… como una escultura? —preguntó Lucía, deteniéndose en seco.

Nos acercamos. Era una piedra extraña, lisa por un lado, con marcas que casi parecían símbolos.

—Esto no es natural —dije, tocándola con cuidado.

Lucía se agachó, sacó su escáner y lo pasó por encima.

—Hay compuestos aquí que no se forman solos… ¿y si no somos los primeros?

Nos miramos. El silencio ya no parecía tan acogedor.

Pero decidimos no asustarnos. Guardamos la muestra con cuidado y la marcamos para estudio posterior. Al regresar a la base inflable, el sol se estaba poniendo en el horizonte marciano.

—Hoy fue un buen día —dije, tumbándome con el traje todavía puesto.

—Y mañana será aún mejor. Pero... si desaparezco, dile a la Tierra que fui secuestrada por una civilización marciana artística —bromeó Lucía, tapándose con la manta térmica.

—Claro. Y que dijiste que sus esculturas eran horribles —reímos.

Y así, en un planeta desolado, rojo y misterioso, Lucía y yo vivimos el primer capítulo de una nueva historia para la humanidad… y para nuestra amistad.


¿Te gustaría que este relato continúe con una segunda parte?

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